viernes, 20 de enero de 2012

Un bonito paseo en bote

Realmente este blog se está convirtiendo en una especie de anecdotario, pues de hecho el tema de las etiquetas bajo las que ordenar los posts que voy publicando empiezan a multiplicarse más y más, no termino de encontrar sólo unos cuantos temas comunes, con lo que estos empiezan a ser tan variados como las anécdotas mismas.... Pero volviendo al tema de las anécdotas, una de las que guardo con más cariño en mi memoria es la del rafting.

Hace años, estando yo en Suiza, muy cerca de la frontera con Francia, un variado grupo de gente de distintas nacionalidades entre los que me encontraba, decidimos aprovechar un fin de semana y hacer rafting, pues alguien había visto un anuncio sobre este tema. Cómo acabé yo siendo la encargada de organizar todo el asunto tiene la explicación de que era la única del grupo que hablaba francés, y la experiencia en cuestión tenía lugar en Francia. Una vez que organicé hasta el mínimo detalle de horarios, equipo necesario, precio, y un montón de cosas más, he de reconocer que realmente no me preocupé de lo que realmente era el rafting y, por curioso que parezca, fui capaz de desmenuzar hasta el más pequeño detalle de organización de la escapada en cuestión sin llegar a plantearme mucho más allá de que el rafting era subirte en un bote, descender por un río y ver el bonito paisaje.



El día en cuestión llegamos al centro desde el que se organizaba todo y desde el que se partía a la experiencia en cuestión: tuve una brevísima inquietud en el momento en que nos dieron a cada uno un traje de neopreno, botas de neopreno (realmente eran como patucos de neopreno, dicho sea de paso) y un casco de protección, pero simplemente pensé que era para que todo fuera más “real”, y sobre todo, para hacerte la típica foto de rigor con el modelito y toda la equipación...El caso es que me sorprendió que la mayoría de los integrantes del grupo tenían un cuerpo bastante atlético y unos brazos con unos músculos (incluso las chicas) que desde luego poco tenían que ver con mis flácidos bracillos.... Nos dieron a cada uno además un remo, y apareció el “capitán” del bote (probablemente no exista ni este rango para un bote, pero supongo que sabéis a qué me refiero), quien nos iba a guiar en el recorrido. Cuando esta persona empezó a darnos detalles de la “travesía”, a decirnos qué teníamos que hacer para remar correctamente, recordarnos que debíamos ir permanentemente atados en el bote, que si cuidado con las rocas, etc. me empezaron a temblar las rodillas. Luego me acerqué a una de las chicas del grupo, una modosita noruega con el pelo rubio y ojos claros, todo dulzura, de mi misma estatura (vaya, bajita para ser de Noruega), la cual se había transformado con el neopreno y dejaba ver unos brazos con unos músculos que ni el mismísimo Van Damme, y al preguntarle por su experiencia va y me dice que es subcampeona de remo en Noruega!!!! La leche!!! Es entonces cuando empiezas a pensar qué demonios estás tú haciendo en una situación así, pero claro, ya es tarde para dar marcha atrás, sobre todo porque momentos antes has sido nombrada “jefa de comunicaciones” (que en el contexto que os refiero significa que, como el capitán sólo chapurrea algo de inglés, te toca a ti traducir las instrucciones del francés al inglés rápidamente al grupo).

Una vez que os he puesto en situación, comienza la aventura: te colocas en el bote, con todo el equipo y un chaleco salvavidas (nunca estuvo un nombre mejor puesto), y fijas los pies en unos soportes preparados en teoría para sujetarlos. El bote comienza a ir cada vez más y más rápido, te salta agua a la cara y, aunque es verano, está helada, estás a punto de chocarte con rocas gigantescas en el recorrido, y encima tienes que ir pendiente de traducir las instrucciones del francés al inglés y gritarlas para que se enteren todos. A pesar de esto, la cosa no iba del todo mal, yo estaba muerta de miedo y esperando a terminar de bajar el río, pero en definitiva, iba aguantando. He ahí que llegamos a una zona complicada, el bote choca frontalmente con una gran roca y sufre una sacudida fuerte: obviamente, los pedazos de brazos de los atléticos compañeros y compañeras de bote les mantienen sin inmutarse en situación, salvo a la pobre española enclenque que sale despedida por los aires (con remo y todo), como si fuera catapultada a las alturas, y acabo por aterrizar en el río, Dios sabe dónde, pero fuera del bote. Veo que el capitán se pone muy nervioso, que el bote sigue bajando a toda prisa, y que yo estoy allí sumergida y no sé ni qué hacer. Genial, pienso, y lo mejor de todo es que como el tío ahora no haga todo lo posible por chapurrear inglés y hacerse entender, estos no vuelven a por mí ni de casualidad.... además, qué forma más rara de perder la vida, haciendo algo que ni siquiera sabías que existía.... El caso es que consiguieron (no me digáis cómo) mantenerse dando círculos y haciendo tiempo hasta que yo consiguiera llegar a donde estaban, momento en el que uno de los atléticos compañeros de dos metros de altura me agarró del chaleco (ya os decía yo lo del nombre) y me subió a los pies del bote como si fuera una especie de paquete que recoges del río. Allí estaba yo  tirada en el suelo del bote, hecha un trapo amorfo total, y con unas ganas de tumbarme para el resto del trayecto que ni os cuento, pero claro, eso de dejar a España en mal lugar no es lo mío, y con todo el patriotismo del que fui capaz dadas las circunstancias, me levanté, amarré los pies en esas cosas (que valen para poco, desde luego) y seguí remando. Acabaría el relato aquí, pero desgraciadamente, la experiencia incluía también la broma de volcar de forma controlada el bote (vamos, ni os imagináis lo que yo me reí en ese momento... ¿es que no había sido ya suficiente, que tenía que volver al agua? hay que fastidiarse...) y, cómo no, la hilarante experiencia casi al final, de lanzarse al río desde un puente que había en el recorrido (a lo cual me negué rotundamente, ni por España ni por nadie, vamos). Finalmente (aleluya!) llegamos al punto bajo del río y acabamos el paseo, y desde luego que a ninguno le extrañará saber que no dejé ni una sola miguita en el plato de comida que tomé al terminar.... y es que esto del deporte de riesgo es muy duro, os lo digo yo.... 

martes, 17 de enero de 2012

The good, the bad and the ugly

A nadie le resultará extraño que diga que el aspecto físico (adquirido natural o artificialmente) es una de las claves del éxito en la vida personal y laboral. Hace poco leí que Obama probablemente nunca hubiera ganado las elecciones en Estados Unidos de no haber sido por su atractivo físico y por el de su esposa (yo soy mucho más frívola y siempre he pensado que el slogan de “Yes, we can!” había sido una de las principales herramientas de marketing que le habían catapultado al éxito). También leí que Sarkozy tendía a estar con mujeres muy guapas, puesto que era consciente de su poco atractivo físico. Todo esto me resultó ciertamente curioso, y creo que tiene parte de verdad, si bien no es exacto en absoluto, porque, ¿qué pasa con los gustos personales? ¿qué ocurre con gente (entre la que me encuentro) que por alguna razón no seguimos el canon de belleza estándar?


Recuerdo que hace años (muchos más de los que quisiera reconocer, ésa es la verdad), estando yo en la adolescencia, escuché un comentario en televisión que me hizo reflexionar: hablaban de cantantes, y estaban poniendo ejemplos de varios de ellos. El conocido tema de Morrikone de “El bueno, el feo y el malo” quedó ejemplarizado por diversos artistas: fijaos que yo no recuerdo quién era el bueno o quién el malo, pero lo que sí se me quedó grabado fue que, como ejemplo de feo, no dudaron en hablar de Bruce Springsteen..... ¿Cóóóóómo? ¿Quéééééé? No os podéis ni imaginar lo que en aquél momento sentí cuando oí semejante afirmación de Bruce, mi Bruce, que era (y es aún hoy a sus 63 añitos) mi ídolo, y a quien yo consideraba guapísimo (he de reconocer que la foto que adjunto es una en la que sale especialmente favorecido).... Desde ese momento comencé a reflexionar, y efectivamente me di cuenta de que mi gusto era, llamémoslo así, “diferente” y en absoluto mayoritario. En efecto, nunca había tenido problemas con ninguna de mis amigas por ningún chico (cosa tan común en esos “dorados” años de juventud), puesto que a mí nunca me gustaba ni me llamaba la atención el mismo chico que les gustaba a ellas.... ¿Mis ídolos? Bruce Springsteen, Meat Loaf, AC/DC, Guns and Roses... Pues no, con estos ejemplos tampoco arreglaba el asunto, la verdad... ¿Y qué decir de la forma de vestir? Pues ahí yo creo que todavía lo empeoraba más, puesto que nunca me han gustado los chicos vestidos tipo “pijo” que podrían considerarse como los más “demandados” por el grupo femenino, con sus pantalones de pinzas, sus camisas (horriblemente ablusadas en aquellas épocas, ¡qué horror!) o sus mocasines (esos burdeos, que si encima llevan borlas, para qué decir más...). No, mi modelo de “belleza” masculina pasaba sin duda por algo más trasgresor y en el límite de lo hortera (digo límite, pero realmente es por aquello de suavizar el tema, porque creo que lo “hortera” tiene también su “punto” y además siempre he considerado que hay “horteras con gusto” y “horteras sin gusto”): botas cowboy, pantalones pitillo, pulseras con pinchos, tatuajes (me encantan los tatuajes).... En fin, que este post sirva al menos como lanza a favor de los gustos “no convencionales” y quizás algo “horteras”, pues en la variedad está el gusto.... Eso sí, ¡Sarko no es mi tipo!

lunes, 9 de enero de 2012

Mis queridas rebajas

Supongo que es ineludible dedicar unas líneas estas fechas al tema de las rebajas, si bien es verdad que ya no es como antes y que existen descuentos promocionales en un sinfín de tiendas antes de las rebajas de enero. Cuando pienso en descuentos, mi cabeza inevitablemente se dirige a los llamados Outlet, y, en concreto, a los Outlet de Estados Unidos. Alguien que se precie de comprar artículos con descuento no puede dejar de probar la experiencia de un día de compras en un Outlet norteamericano....

Os diré que la primera vez que estuve en uno de ellos, cuán ilusa e inexperta no sería yo, que pensé que en unas dos o tres horas habría terminado de dar un repaso a las tiendas principales...pues no... cuando llegas al mostrador de bienvenida a solicitar un librito con descuentos varios en las tiendas que vas a “visitar” a continuación (de lo cual, además, te sientes particularmente orgullosa, pues antes de ir has hecho los deberes y has leído en Internet que existe el mencionado librito de cupones extra) te dan un plano del recorrido, y cuál no es tu sorpresa cuando ves que hay 180 tiendas... Un rápido cálculo, y sabes que si vas a estar dos horas, tienes poco más de medio minuto por tienda, pero si estás tres, la cosa mejora y se va ya al minuto por tienda.... Respiras, te dices que no debe entrarte el pánico, y piensas que qué puede haber mejor que pasar un completo día de tiendas: si consigues engañar a tu marido (los hombres se resisten a este tipo de retos, hemos de admitirlo) estamos ya en ocho horas, con lo que la cosa sigue mejorando por momentos y estamos ya en más de dos minutos y medio por tienda...eso sí, nada de ir al baño salvo emergencia y nada de comer salvo desmayo, que eso lo puedes hacer más tarde, y nada de beber, pues eso te haría tener que ir al baño, lo cual es primordial evitar. Además, si eliminas ciertas tiendas que no son de tu preferencia, imaginemos que lo sean el 70% de las tiendas totales, pues estamos ya casi llegando a los cuatro minutos por tienda, todo un lujo.... Total, que sales de la oficina de bienvenida con tus zapatillas cómodas, tus tarjetas en posición tipo las pistolas del lejano oeste, el plano en una mano y los cupones de descuentos en la otra, y llevas a tu marido a tu vera con una cara de pocos amigos que no deja lugar a dudas de que está más que encantado de pasar un día sentándose en los bancos de fuera de las tiendas mientras que tú pasas los casi cuatro minutos de media en las tiendas en cuestión.... en definitiva, que el día y la experiencia se presentan fabulosas...

Y llega la primera tienda, un rápido vistazo, y nada de interés: genial, ahorro un par de minutos y en la siguiente tengo casi seis minutos!!! En la siguiente tienda, tampoco nada de interés: estupendo, eso hace por lo menos nueve minutos para la tercera de las tiendas (lo de estudiar ciencias es muy útil, ya veis).... Entras en la tercera y aquí sabes que hay “chicha”: ya lo ves con sólo entrar y otear el horizonte... piensas, calma, que aquí hay casi nueve minutos.... coges varias cosas, vas a la caja, y entonces es cuando te entra el pánico: le dices a la dependienta en tu mejor inglés y con todo el orgullo que sientes de haberte enterado de antemano de los descuentos extra que posees un librito de descuentos para las compras del día (ya veis que uso el verbo poseer para enfatizar la cosa...); ella te mira, sonríe y te pregunta que cuál de los cupones deseas utilizar... ¿qué? ¿cómo? ¿qué hay varios cupones por tienda? Descubres además con horror que los cupones en cuestión son acumulativos, así que te apartas a un lado y ahí viene lo del pánico, cuando descubres que uno de los cupones te da derecho a un 20% extra de descuento si gastas más de 110 dólares, que otro te hace un 50% pero si compras tres prendas de la colección “Paradise” del año 1970 y que otro te da la friolera del 60% de descuento extra si compras tres prendas iguales, eso sí, que pueden variar en talla y color. Aggghhhhh!!! Decides que lo que llevabas inocentemente en los brazos es la peor de las adquisiciones que puedes hacer, desde el punto de vista financiero, claro está, y que sin duda te interesa adquirir tres conjuntos muy monos iguales para montar a caballo y además de la colección Paradise del año 1970, con lo que el descuento es impresionante ... vamos, que casi la dependienta te tiene que devolver unos dólares en la caja.... el único pequeño detalle es que no montas a caballo (pero siempre puedes empezar, ¿no? y más aún con ese modelito tan mono.... bueno, y a los otros dos ya les sacarás partido... total por lo que te han costado al final...y, ¿acaso no es cierto que la moda vuelve? pues seguro que lo de 1970 estará pronto más de moda que nunca). Tras la ingeniería financiera (ya me gustaría a mí ver a muchos de los de Harvard pasando un día en las rebajas con un taco de cupones de descuento), te aproximas a la cuarta tienda, pero entre unas cosas y otras has tardado como treinta minutos en la tercera (Oh, my God!).... no pasa nada, te dices.... seguro que la cuarta no tiene nada de valor... pues resulta que SÍ!!!.... y no sólo eso, sino que en ésta acabas comprándote cinco pares de botas tipo militar del mismo número (que te va un poco pequeño, pero encoges los deditos del pie y total, qué va a pasarte), porque eran baratas, pero baratas, baratas... En resumen, después de la ingeniería financiera, de comprar las botas, coger las bolsas, pagar y demás, llevas una hora y cuatro tiendas: balance desastroso!!!! Por otro lado, os podéis hacer una idea de lo que es llevar semejantes compras de conjuntos de equitación y botas militares en varias bolsas, gigantescas todas ellas: siempre podrías recurrir a tu marido para que te ayude, pero cada vez que te ve salir con las bolsas de una tienda, su cara empieza a cambiar de color, así que piensas que mejor no se lo pides.... ¿Y si vuelves al coche, dejas las bolsas y continúas más tranquilamente? Buena idea.... El único inconveniente es que no te das cuenta de que las distancias en USA no son como en Europa, y aunque llevas zapatillas (nada monas, pero prácticas, que la ocasión lo requiere), consigues regresar pasada media hora (treinta largos minutos; al garete tus cuentas iniciales) sudando, histérica, y con tu marido al lado cabreado como un mono... No pasa nada, te dices, sólo llevas una hora y cuatro tiendas, pasas las siguientes más rápidamente, y ya está... Comienza nuevamente la carrera (desde luego, no puedo entender que las americanas estén gordas, porque con este trajín de los Outlet, es imposible!!), nuevas compras, más cupones, y cuál no es tu sorpresa cuando, al cabo de tres horas, varias bolsas de carga con artículos que muy improbablemente usarás jamás, nervios a flor de piel, sólo diez tiendas (eso hace que te queden menos de dos minutos por tienda, horroooorrr!!!!), aguantando ir al servicio (para lo cual vas prácticamente al borde de la deshidratación), resulta que no ves a tu marido...y lo peor no es que haya desaparecido, no, que en esos momentos una tiene que pensar con calma y tiene que tener sangre fría, sino que lleva las llaves del coche, más aún, sabe DÓNDE está el coche (cosa de la cual tú no tienes NI idea), y además le ibas a pedir que te llevase alguna bolsa.... Al cabo de un rato que se te hace eterno, aparece por una de las tiendas, con los ojos inyectados en sangre, sudando, y te pide que le dejes el librito de cupones y que traduzcas (por aquello de que a él eso del inglés, como que no) los trámites para la adquisición de tres pares de zapatos de montaña del número 45 en Europa y cinco corbatas, que ha creído entender a la de la tienda que con esa compra le dan de regalo un casco para moto.... Y entonces ya no sabes si lo que más te mosquea de la situación es que él nunca lleve corbata al trabajo, que su número sea como mucho el 42 en Europa, que no tenga ni moto ni carné de moto, que te haga traducir la conversación o que se haya convertido a eso de las compras compulsivas....No, quizás lo peor de todo es que calculas que, para cuando acabes la compra, llevarás ya cuatro horas en el Outlet, sólo habrás recorrido 10 tiendas (once si cuentas la última de tu marido), te quedarán menos de un minuto y medio por tienda, y encima el contenido de tu compra serán varios equipos de equitación de 1970, botas militares de un número pequeño, unos vestidos de fiesta que si consigues perder de aquí a los próximos meses unos ocho kilos te quedarán de fábula, habrás estado al borde del colapso y la deshidratación, no podrás aguantar más la orina y tendrás la vejiga hinchada como un globo, habrás estado a punto de una ruptura matrimonial y habrás visto la transformación de tu marido en un Jekyll asesino y ávido de compras y rebajas, y todo eso sin contar, claro está, el magnífico casco para una moto inexistente o los vales para un Spa que te regalaron en otra de las tiendas, que caducan en dos meses cuando tú, a Dios gracias, ya estarás de vuelva en España, tras tu magnífica experiencia en las rebajas norteamericanas.... en fin, que yo no veo el momento de regresar!!!